domingo, mayo 28, 2006

Beber para creer


Esbozar un retrato de Charles Bukowski, parece ser tan fácil que llega a ser difícil, pues su imagen – una cara esculpida por el acné y décadas de alcoholismo – se ha transformado en el arquetipo del escritor maldito, borracho y exitoso, que se caga en la academia y en las convenciones, y también porque él mismo ha expuesto detalladamente largos pasajes de su biografía en más de cincuenta volúmenes de poesía y prosa. Gracias a las contratapas de sus libros sabemos que, en 1922, a los dos años de edad, se mudó con su familia desde su natal Andernach a Los Angeles, Estados Unidos, ciudad que sería su “patria” adoptiva, y el escenario donde desplegaría su visceral visión poética. Hijo de padre americano y madre alemana, la única herencia que recibiría de sus progenitores sería la experiencia del dolor – tal vez el más preciado capital para un escritor como Bukowski –: “Mi padre fue un gran profesor de literatura: me enseñó el significado del dolor, el dolor sin razón”. Acostumbrado a las palizas paternas, Bukowski fue un niño que desde pequeño se sintió como “un extranjero”, un outsider. Su desfigurado rostro – la fuente literal de su temprana alienación – sólo le servía para sentirse un aliado de los “perdidos y los idiotas”, los únicos que aceptarían ser sus amigos a lo largo de su vida: vagabundos, borrachines de poca monta, prostitutas, gordas caseras, personajes que pululan por la más miserable de las capas sociales de una sociedad que intenta barrer con su basura, sea del color que ésta sea (“white trash” o “niggers”). Como una más de estas figuras, desposeídas de representatividad social, pero dotadas para él de un gran poderío poético como portavoces del fracaso del sueño americano, Bukowski se desempeñó en los más diversos oficios: lavaplatos, chofer y cargador de camiones, guardia, cuidador de bodegas, ascensorista, bencinero y cartero (el trabajo que más le duró: 11 años). Todas estas experiencias laborales fueron fuente esencial desde la que manaban sus ficciones y poemas. Aunque Bukowski escribe relatos y poemas desde los 15 años, recién en 1969 decide dedicarse por tiempo completo a la literatura y a beber (a pesar de que podría decirse que esta fue la única ocupación que realizó con meticuloso empeño durante toda su vida): “Tengo dos opciones: o me quedo en la oficina de correos y me vuelvo loco... o me dedico a ser escritor y me muero de hambre”.

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